Tengo semanas de mal dormir, de sueños raros, trasnochos y angustias nocturnas. Acostada boca arriba, con una mano en el estómago y otra alrededor de mi cabeza, me pillo viendo el techo de mi habitación y todos los matices que el tiempo le ha hecho al blanco blanquísimo original.
Miguel duerme profundo a mi lado, el calor de su cuerpo es un arrullo que cobija cada espacio de mi piel; a mi mente le cuesta más ceder, no se apaga con facilidad.
Trato de perderme en las sombras de la luz cálida de mi lámpara de sal, pero me caigo a preguntas. ¿Guardé la sopa que quedó? ¿A qué hora es que es la primera reunión de mañana? ¿Me dará tiempo de hacer siesta con Merú? ¿Me alcanzará este mes para hacerme los lentes? ¿Cómo hacemos para tener un mejor seguro de salud? ¿Si me duermo ahorita cuántas horas dormiré? ¿Merú recordará mi desborde de hoy? ¿Qué vamos a hacer en diciembre? ¿Cuántos meses más sin ir a la playa? ¿Este es el año?
En el espejo de nuestro baño un post it rosado dice que sí, que este es el año. Lo puse ahí luego de que los Tiburones de La Guaira ganaron el campeonato después de muchos años sin hacerlo. Celebramos ese triunfo por mi papá, el más fanático de todos, por mi suegro, guairista igual que Miguel, y por mi pueblo que entre tanta vaina, tanto deslave y tanta desidia, se merecía, por fin, esta euforia campeona.
Pero algo pasó con ese triunfo y esa frase que nos devolvió la esperanza en uno de esos momentos grises que hemos atravesado en los últimos dos años.
A veces ese post it rosado lo vuelve a hacer, y mientras me cepillo los dientes me recuerda que lograremos eso que estamos laburando fuerte.
A veces esquivo esas cuatro palabras escritas con un sharpie negro. No les creo, las siento ingenuas, ilusas, y les recito en silencio cada una de las cosas que no están siendo.
Quizás estos días de rumiar el sueño influyen. Quizás, el hastío de una rutina de sobrevivencia laboral que he acatado sin opciones. Quizás los malos tratos, las invalidaciones, la poca empatía.
¿Será que este es el año de algo que no es lo que yo pensaba o esperaba?
Eso es lo que me pasa cuando no duermo bien, mi cabeza escarba como un sabueso buscador de trufas hasta encontrar esa bolita irregular, cubierta de barro que parece solo tierra negra pero es el hongo más preciado (y caro) de la gastronomía. Puro oro.
Por supuesto que mientras me caigo a preguntas aleatorias sobre el día, la vida, el clima, no lo sé hasta que cae una locha, veo algo que tenía en frente y que me salté en la miopía selectiva de la rutina.
Recordé todas las veces que en las últimas semanas no me habían dejado terminar una frase, que interrumpieron mi pregunta o invalidaron mis recomendaciones. Y como una clarividencia entendí que donde no me dejan hablar, ahí no es. Y ahí no es.
También pensé en todas las veces que he sido yo la irrespetuosa y me he comido las palabras de los demás sin darles chance de nada, y en todo lo que he trabajado para no pasarle por encima al otro por mis inseguridades, por sentirme menos y querer demostrar con bulla que no lo soy.
No me hace falta, ya lo sé, puedo respirar, esperar, escuchar y guardar silencio. Elegir invertir mi energía en lo verdaderamente importante: cocinar rico y nutritivo, leerle muchos cuentos a Merú y hacer carreras en la plaza, preparar con Miguel cenas divertidas los viernes por la noche, dibujar los símbolos de los signos y los planetas, conversar con mis amigos, planear el futuro brillante que nos merecemos, hablar sin que me interrumpan.
Ojalá no se me olvidé y cuando toque este recordatorio me ataje la duda, donde no te dejan hablar, ahí no es, mi reina.
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Para recordar
Hoy hago autobombo: Miguel Arturo, a.k.a. mi marido, volvió a escribir. Se lanzó al algua de los newsletter y nos cuenta a todos su Bitácora de papá. Es una hermosura ¡Suscríbanse!
“Hay un capítulo de Radio Ambulante que habla de eso” es una frase que uso seguido. Escucho desde hace años este podcast que cuenta las historias de América Latina y me inspiran profundamente, hacen el periodismo que me encantaría volver a hacer. La semana pasada salió La escala, el segundo capítulo de esta temporada, una historia sobre una tragedia que se transformó en vida.
Un Benito Pichilemu feliz en el parque, el lugar donde nadie lo manda a callar, te agradece por leer Ojalá. En este botón puedes enviárselo a alguien más :)
Me siento reflejada en tu relato.... Hablemos hermosa, mil tiempo sin charlar! Un abrazo de corazón ❤️