Empecé a escribir hace unos días sobre la infame actualización que propone el gobierno a la ley de migraciones chilena, pero pasó algo que reordenó mis prioridades: Merú me dijo “te amo, mamá, te amo”.
Hace un año mi hijo cascada decía poquitísimas palabras, lo llevamos a evaluación y nos embarcamos en la tarea cotidiana de ayudarle a comunicarse hablando.
Pocos meses después vimos avances y dejó de ser una preocupación, iba a su ritmo. Pero las últimas semanas Merú se ha convertido en un narrador, un contador de historias.
Finalmente, sus palabras son capaces de ir un poco más cerca de su mente y estamos conociendo cómo ve el mundo, cómo lo siente, qué se queda en él.
También, nos dice sus deseos, qué le gusta, que no quiere. Puede enfrascarse en una idea por horas, argumenta, se frustra también, quiere saber los nombres de todo, que le expliquemos cómo funcionan las cosas, cómo pasa la vida.
Es un reto porque a veces solo queremos silencios o necesitamos un momento para digerir lo que sucede y encontrar las palabras para contárselo, para entenderlo nosotros mismos.
Pero la verdad es que hay cosas que no entendemos. La nueva actualización de la ley migratoria chilena establece, entre otras cosas, priorizar el derecho a la educación de los niños chilenos sobre los niños migrantes, ¿cómo una propuesta que vulnera a las infancias puede ser ley? No lo entiendo.
Siento muchas cosas sobre la xenofobia y la repercusión que tiene en nuestras vidas, en las decisiones que tomamos en la cotidianidad y que el que es de aquí (llámese aquí cualquier territorio) no tiene idea, no se imagina.
Tengo semanas con mi carnet de identidad vencido sin posibilidad de renovarlo mientras la policía de investigaciones me envía una habilitación por una aleatoriedad. Cumplí con los requisitos y también se cumplieron los días que dicen se tarda el trámite, pero aún no tengo respuesta.
En estos días me bloquearon tarjetas bancarias, he hecho malabares para hacer pagos y ando con miedo en la calle de que se me pierda o me pare un policía y vea mi documento vencido. Hasta he pensado que me lo merezco por no haberme quedado callada sobre la orden ministerial que excluye de por vida a migrantes de ciertas nacionalidades para donar sangre.
Y no, no me lo merezco. No nos merecemos que vayan a lanzar piedras a un colegio donde estudian niños venezolanos al grito de “viva chile”, por una información falsa que difundió un medio de comunicación.
No nos merecemos la zozobra de ser la otredad en la que no quieren reconocerse, el chivo expiatorio culpable de todas las fallas, de la atrocidad.
Menos mal, en esa cotidianidad también está Merú diciéndonos que como ya hace calor podemos ir a la piscina (pronunciando con hincapié la esssssse), acordándose que en casa de tía Vicky comió helado, vio los autos sucios y jugó con Coco y Luna, con Simba no. Contándonos que abuela Belkys y abuelo Tony están cenando en el teléfono, que está rico y que tienen calor.
Entonces, el miedo y la rabia se apaciguan porque no quiero perderme esto, no quiero no darle valor a estos momenticos que pasan y no vuelven. Quizás es que el chamito está por cumplir años y yo me siento preñada y puerpera otra vez.
Son apenas tres años y parecen tantos más, hemos sido varias Dagne atravesando estas vidas con todo lo que nos ha dado el cuerpo, la mente y el espíritu.
Hace tres años nuestros corazones latían en un mismo cuerpo y ahora mi hijo duerme solo en su cama, tiene amigos, pide yogurt con mantella de maní, tchía, canela y coco, le gusta bailar salsa y tararear One love.


Mis prioridades han cambiado desde que nació Merú, su tranquilidad me importa y me ocupa más que cualquier otra cosa, esa ha sido mi decisión. Por eso ahora me importa más qué legisla el gobierno del país donde vivimos, qué dicen los medios sobre los que no somos de aquí y cómo eso se refleja -o espeja- en la calle, en cómo nos ven los vecinos, cómo nos hablan los colegas chilenos en las pautas, las reuniones de trabajo.
No dejo que me dé igual. Tampoco, que me engulla el miedo, ni el odio, la ignorancia y la falta de empatía que veo afuera. Ante la opresión, elijo la ternura de criar a mi hijo sintiendo al otro, respetando al otro.
Anoche antes de dormir le dije que nos miramos a la cara para decir que nos amamos. Abrió mucho los ojos con sus pestañas larguísimas, me pidió juntar nuestras frentes y puso sus manitas en mis cachetes. “Te amo, mamá, te amo”.
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Para recordar
Me ponen nostálgica estos días previos al cumpleaños de Merú. Recuerdo fuerte mi cuerpo sosteniendo nuestras vidas, la desolación de estar en una clínica y extrañar a Beni y el olor de nuestra casa. La alegría de volver y sentirme más canceriana que nunca, acunando y dando teta mientras se me estremecía el cuerpo nada más de estornudar.
Le agradezco a mi yo del pasado que empezó a escribir y guardar fotos en libretitas para Merú que ahora reviso para no olvidar. Esa es mi recomendación de hoy: hagan archivo familiar, la memoria es frágil y nos merecemos tener a donde volver para recordar.
Un Benito Pichilemu doulo hace tres años te agradece por leer Ojalá. En este botón puedes enviárselo a alguien más :)